Por allá en el 2002, un personaje emergió como la única esperanza
que teníamos los colombianos para enfrentar las terribles acciones de la
guerrilla. Pasaron 8 años y el país siguió
con guerrilla y con una tremenda oleada de corrupción.
Hoy, en medio de un proceso de paz, ese “problema” de la guerrilla
ha pasado a un segundo plano y la corrupción (que no viene de hace 10 años, si
no mínimo 30) es el tema que nos ocupa la escena mediática y política. Y el
caso de Bogotá es el más sonado de todos.
Al tener un nuevo tema, nuevos personajes surgen como posibles
salvadores. Sin duda, el más fuerte de ellos es Gustavo Petro.
Es así, como estamos presenciando el nacimiento de un nuevo
caudillo. Al parecer, no bastaron los 8 años con Uribe, ni el ejemplo del país
vecino para darnos cuenta lo dañino que es esto.
El actual Alcalde de Bogotá ha tomado como bandera propia la pelea
en contra de los carteles de la corrupción.
Nadie puede negar que Petro fue uno de los pocos políticos que en
su tiempo denunciaron el horror en que se había convertido la contratación pública
en la capital colombiana.
Repito: fue uno de los pocos, no fue el único, aunque así quiera
parecer ahora.
Desde su llegada a la Alcaldía, Petro ha seguido en su labor
denunciante, se ha autoproclamado victima de persecuciones, complots, etc.
Muchos de estos ciertos, otros no tantos.
Sin embargo, entre más se destapa la olla podrida en la que se
convirtió la administración Bogotana en los últimos gobiernos más surge el
Alcalde.
Hoy para muchos, Gustavo Petro es el gran héroe, el símbolo de la transparencia,
ese personaje que nos va a rescatar de las garras que querían comerse viva a la
ciudad.
Error. Petro no nos va a rescatar de eso. Los únicos que podemos
rescatar a la ciudad somos nosotros, sus ciudadanos.
Hipólito Moreno, los Hermanos Moreno, los Nule, Tapia, etc., no le
robaron a Gustavo Petro; nos robaron a nosotros, los bogotanos.
El problema no es de Petro… es de nosotros. Y la solución no está
en Petro… está en nosotros.
El alcalde, en una jugada (maravillosamente política) se ha tomado
esa bandera y nosotros en nuestra pereza democrática permitimos que él se
"encargue" de eso y así no es.
La responsabilidad es nuestra: es de los que votamos por esos
concejales corruptos o de los que no votamos, de los que trabajamos en las
entidades públicas y privadas, de los que pagamos impuestos y de los que no, de
los que sabíamos que eso pasaba y no hicimos nada para evitarlo.
Por perezosos, por no cumplir nuestros deberes como ciudadanos es
que hoy vemos, una vez más, como nace un nuevo caudillo. Ese personaje paternalista
que nos va a solucionar todos nuestros problemas y al que debemos apoyar así
tome malas decisiones “porque pobrecito, si lo persiguen es porque es bueno”.
Así como surgió Uribe, así está surgiendo Petro. Cada vez más iguales
(obvio cada uno desde su extremo político), con discursos parecidos y con (cada
vez más) seguidores extremistas…
La democracia sin duda alguna necesita líderes, pero no caudillos.
¿Volveremos a caer en eso o por fin nos haremos responsables de nuestra
democracia?
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